Jóvenes teatreros en la Red

Por iniciativa del actor y director Oswaldo Maccio, se creó un grupo a través de la red social “Facebook” que busca congregar a creadores jóvenes de cualquier rama del quehacer teatral. “Teatreros” es el nombre tentativo que Maccio le colocó y que refleja la forma que se usa para denominar a la gente de este medio, aunque otros prefieran “teatristas".

El grupo fue creado en Febrero del presente año y cuenta con más de 700 miembros. Al principio causó extrañeza entre la cantidad de personas que fueron agregadas sin consultar si querían o no participar en él, luego terminó por convertirse en una plataforma para la reflexión. Como indican sus organizadores, el objetivo es aprovechar el Internet para establecer un movimiento que los reivindique como profesionales del teatro, ya sean directores, actores, escenógrafos, iluminadores, etc.

De lo virtual pasaron a lo real con la primera reunión que se realizó a finales de Marzo en el Nuevo “Nuevo circo” de Caracas y que busca sentar las bases para convertirse en figura jurídica. A través de mesas de trabajo, voceros y participaciones individuales, el encuentro sirvió para discutir sobre el sector teatral.

Se comenzó con el reconocimiento de cada uno, sus expectativas, proyecciones y objetivos. Esto fue la base para replantear el nombre del movimiento, su propósito, la inclusión de todos aquellos que quieran participar y la escogencia de delegados. Sin embargo, el rumbo cambió porque “…es imposible conseguir en una sola reunión lo que el sector teatro ha tratado de conseguir en años”, como indica la agenda que los organizadores me hicieron llegar.

A la cabeza de todo esto están Maccio, Jericó Montilla y Dalia Castellanos, mientras que la asistencia de unas 40 personas a la cita indica que el ánimo para reflexionar acerca del teatro como profesión existe en los jóvenes creadores. Por eso, la invitación es a participar en las discusiones en el “muro” del grupo virtual y, en especial, con propuestas en las reuniones que se harán.

Para la próxima reunión de Abril, se han planteado revisar las coincidencias y diferencias con otras asociaciones, uniones o sindicatos y que servirán como punto de partida para el tipo de agrupación que quieren. Además, desean crear una base de datos de los profesionales y grupos de teatro, y proponer estrategias para un plan de acción.

Queda preguntarse si los jóvenes teatreros ampliarán la convocatoria a los experimentados porque en el medio siempre se ha escuchado acerca de los desencuentros entre estos últimos, sin olvidar que también se dice que el problema del estancamiento del teatro venezolano es la falta de unión.

Astucia y mitología

Astucia: En la Sala Cabrujas de la Fundación Cultural Chacao, se presenta el Grupo Teatral Emergente de Caracas con La maña, escrita por el argentino Damián Dreizik y dirigida por Jesús Delgado. La obra trata el tema de la reflexión, la necesidad y la supervivencia de un náufrago abandonado en una isla desierta. ¿Por qué un dramaturgo toca una historia desarrollada hasta el cansancio en la literatura y el cine? Pues, porque quiere usar el humor. Sin embargo, la dirección concentra su atención en la parte reflexiva y perturbadora de la soledad que elimina la originalidad del texto. No resaltar el evidente sentido humorístico, convierte este trabajo en un lugar común.

La ambientación minimalista es apropiada porque delimita a la acción en un círculo ubicado al final de un largo sobrepiso que representa al mar. La iluminación es pertinente pese al limitado equipamiento de la sala, pero es necesario evitar tantos “blackout” porque tienden a confundir el final de la representación. La actuación de Manuel Trotta mantiene un matiz plano para la mayoría de las situaciones, aunque logra apropiados momentos de intensidad que se refuerzan con la tensión y distensión del cuerpo.

En definitiva, el humor era necesario.

Mitología: En el Teatro Luis Peraza, el Taller Experimental de Teatro realiza el montaje de Yocasta, escrita por León Febres-Cordero y dirigida por Santiago Sánchez. La pieza recrea el mito de Eteocles y Polinices, hijos de Edipo, que murieron asesinándose entre ellos. Acompañados por su hermana Antígona, los hermanos en conflicto discurren acerca de si deben o no matarse nuevamente. Con una visión contemporánea, el autor mezcla tiempos y lugares para recalcar que el mito no cambia y que la humanidad está condenada a matarse una y otra vez, como estos hermanos, hasta que alguien reconozca el sufrimiento del otro.

La dirección apuesta, en su mayoría, al estatismo de los actores y emplea tres lámparas que ofrecen un efecto constante de luz y sombra. Además, propone una actuación contenida que limita los gestos y las emociones porque busca un sentido de la verdad a través de la interioridad. Solamente Alí Rondón como Eteocles parece comprender y manejar esta propuesta, mientras que Areani Rondón como Antígona orienta su interpretación a la tensión de sus manos y Oswaldo Maccio como Polinices se concentra en decir de forma correcta el texto. En lo estético, detalles como el sonido de la tarima cuando se camina sobre ella o el material y acabado de la cortina trasera podrían haberse armonizado con el estilo pulcro del sofá, las lámparas y el vestuario.

Si los mitos no cambian, ¿el teatro sí?

Funciones: 26 y 27 de Marzo de 2011, respectivamente

Cultura reveladora

En el Espacio Plural del Trasnocho Cultural, el Grupo Actoral 80 presenta Acto cultural escrita por José Ignacio Cabrujas, producida por Carolina Rincón y dirigida por Héctor Manrique.

Como la mayoría de la obras de este autor, ésta es considerada un clásico del teatro venezolano. En ella, la junta directiva de la Sociedad Luis Pasteur del San Rafael de Ejido celebra sus cincuenta años con el acto cultural en el que representan el drama: "Colón Cristóbal, el genovés alucinado". Esta escenificación acerca del llamado descubrimiento de América, servirá como punto de partida para que los seis directivos de la sociedad develen los conflictos que los agobian.

Es conocido por todos que la dramaturgia de Cabrujas es teatro de texto, de ahí que la dirección de este montaje sea acertada porque da mayor relevancia a la comprensión del contenido y al manejo de los matices. Al apoyarse en esto, los demás elementos complementan lo que se dice en escena. El mismo Manrique diseña un sencillo espacio escénico que ofrece el fondo necesario para el estilo realista de la pieza. Por su parte, el vestuario de Eva Ivanyi ubica temporalmente a los personajes en los años 20 del siglo pasado y resuelve la época propia del drama que ponen en escena. Resalto la música compuesta por Aquiles Báez que invade el escenario para crear varias atmósferas que se integran a las actuaciones.

El trabajo actoral está equilibrado. Cada actor se luce en su papel, comandados por el manejo corporal y fuerza vocal de Juvel Vielma como Amadeo Mier y la soltura de Samantha Castillo como Herminia Briceño. Asimismo, destaco la intensidad de Daniel Rodríguez como Cosme Paraima, la veracidad de Melissa Wolf como Antonieta Parissí, la pertinencia de Juan Vicente Pérez como Francisco Xavier y la franqueza de Angélica Arteaga como Purificación Chocano.

Todo el montaje lleva a la reflexión acerca de los arquetipos que están presentes en nuestro inconsciente colectivo. ¿Acaso, los venezolanos seremos habladores, lujuriosos, bromistas, limitados, tímidos y dependientes de nuestras madres como los personajes de la obra? ¿Nos aprovechamos de esas formas de ser para evadir los problemas? De igual forma, la representación sugiere la vinculación que podría existir entre los venezolanos y su historia. ¿Es que los acontecimientos del pasado nos han servido para aprender y, especialmente, para revelar cómo somos en realidad? Cada quien tendrá su respuesta, pero lo cierto es que Cabrujas era un visionario y esta obra posee una vigencia que sorprende por su capacidad de reflejar al país.

En definitiva, un espectáculo que no tiene desperdicio.

Función: 19 de Marzo de 2011

Sueños poéticos

La agrupación Rajatabla celebra sus 40 años con la segunda muestra de dramaturgia nacional en homenaje a Rodolfo Santana. La fecha de su fundación coincidió con la temporada del quinto montaje de la muestra: Mi reino por un sueño, escrita por José Antonio Barrios y dirigida por Costa Palamides. La vida y poesía del Cumanés José Antonio Ramos Sucre es el eje central del espectáculo.

En diez escenas, Barrios se concentra en sucesos importantes de la existencia de Ramos Sucre. Parte de lo coercitiva que fue su madre Rita Sucre en la infancia, pasa por la estadía con su tío el Padre Ramos en Carúpano, la amistad con el poeta Cruz Salmerón Acosta, el insomnio que lo agobiaba, el proceso de escritura de su lírica y la sombra de su antepasado Antonio José de Sucre, hasta llegar a su suicidio. En varias escenas, el dramaturgo propone un coro griego que dice poemas representativos del escritor, vinculados con la trama que se desarrolla. Por la forma en que recrea y avanza la historia, el texto presenta un buen manejo de la progresión dramática, sin embargo la puesta en escena rompe con esto.

El concepto de la dirección reorganiza las escenas y empieza la obra con el encuentro final e imaginario entre Ramos Sucre y Salmerón Acosta. Luego, divide otras escenas para presentarlas en diferentes momentos, aumenta la intervención del coro y agrega personajes que el poeta Cumanés nombra en sus creaciones. Todo esto perjudica el desarrollo del argumento original y hace incomprensible la premisa del texto, lo que se acentúa con el uso excesivo del coro, de los personajes dobles y de las Moiras porque desvía la atención. Igual sucede con el desplazamiento constante de la actriz vestida de blanco que interpreta varios personajes, aunque parecen siempre el mismo.

El diseño de escenografía de Héctor Becerra es funcional para apoyar los símbolos de la representación. El vestuario de Silvia Inés Vallejo es discordante porque está a medio camino entre el realismo de los personajes principales y la fantasía onírica de los secundarios. Además, su realización no fue favorable porque son evidentes los detalles de mala costura.

En las actuaciones, destaco a Gabriel Agüero como el Alter ego por la efectividad en que maneja las palabras y la franqueza de Abilio Torres como Cruz Salmerón Acosta, joven. No así, el trabajo de Elvis Chaveinte como Ramos Sucre debido a que se le hace cuesta arriba interpretar la lírica explícita del texto, aunque alcanza la intensidad necesaria en las escenas finales. Un punto a favor, es el acoplamiento del coro que pronuncia y canta los poemas con destreza vocal y fuerza.

Pese a los altibajos, Rajatabla conmemora un año más de trayectoria.

Función: 13 de Marzo de 2011

Mareas juveniles

En el Teatro Trasnocho, la agrupación Skena presenta La ola, dirigida por Armando Álvarez. La obra se basa en el guión de la película alemana homónima del 2008, sustentada en la historia real de un proyecto escolar que, en torno a la autocracia, llevó a cabo un profesor norteamericano. La experiencia consistió en convertir al grupo de estudiantes en un movimiento que reflejara a cualquier régimen dirigido por un hombre con los preceptos del poder por la acción, la comunidad y la vestimenta, sin prever las terribles consecuencias que trajo. La película se sitúa en Alemania, mientras que la versión teatral venezolana emplea los nombres germánicos, aunque elimina personajes, suprime situaciones y adapta otras para resolver las diferencias del lenguaje teatral.

La dirección ofrece su mayor virtud en la variedad de desplazamientos y espacios que crea con dos hileras de mesas y sillas que, al principio, se ubican a ambos lados de la escena. Además, se vale de lo audiovisual para facilitar el desarrollo de la historia porque, a través de varios aparatos televisivos, permite mostrar acciones que no podrían hacerse sobre el escenario, lo que concentra la trama en el salón de clases. Sin embargo, como en trabajos anteriores, Álvarez da demasiada libertad a los actores para la improvisación. Si el argumento, el conflicto y la resolución de La ola indican que, sin lugar a dudas, es un drama; cuando los actores abusan de los gestos y frases agregadas para hacer reír cambian el sentido real del texto, alargan innecesariamente el tiempo de representación y desvían la atención del público a la comedia.

Basilio Álvarez interpreta al Profesor Rainer Weiner, el líder del proyecto. Su actuación se percibe artificial porque asume la imagen común de lo que cree que es un docente maduro con estilo moderno y juvenil, asimismo se siente sobreactuado en la parte final en la que exagera su locura por el poder. Por su parte, Catherina Cardozo y Juan Carlos Ogando son pertinentes en los roles de Anna y el Profesor Wieland, respectivamente. De los actores jóvenes, destaco a Valentina Rizo como la contestataria Mona por su forma intensa de asumir el personaje y a Teo Gutiérrez como el perturbado Tim por la veracidad en que compone su rol. El resto tiene que limitar la dañina libertad de creer que bromear constantemente es parte del teatro, aunque resalto el desparpajo de la energía propia de su edad.

Pese a su larga temporada de éxitos, si en este montaje se hubiera advertido que el tema central es la manipulación de los jóvenes producto de su inherente desorientación, el impactante final tendría un mayor significado.

Función: 2 de Marzo de 2011

Del amor y su banalización

En el teatro de la Asociación Cultural Humboldt de San Bernardino, se presenta Un informe sobre la banalidad del amor del argentino Mario Diament, producida y dirigida por Luigi Sciamanna. La obra se inspira en la relación amorosa entre el filósofo alemán Martín Heidegger y su alumna de origen judío Hannah Arendt. A lo largo de cinco actos, Diament recrea hábilmente el nexo que, por más de 25 años, mantuvieron estos pensadores claves del siglo XX. El autor se mantiene en el terreno de la ficción, como aclara su nota del programa de mano, aunque a mi juicio construye un tratado verosímil acerca del pequeño universo que Heidegger y Arendt intentaron construir alrededor del ineludible mundo del Nazismo. La adhesión del filósofo a la ideas del Nacional Socialismo y su aparente rechazo a las raíces de la pensadora terminaron con el vínculo de admiración mutua que los unía, convirtiendo al amor en algo banal.

Como director, Sciamanna propone una estética simbolista que, gracias al diseño del espacio escénico de Carlos Agell, le facilita la representación de los diferentes lugares donde ocurren las acciones en cada acto. La iluminación de Manuel Troconis es la mayor debilidad de la puesta en escena debido a que abusa de las sombras por momentos y no propone nada durante el estatismo de los personajes, mientras que el vestuario de Raquel Ríos maneja pertinentemente la época y el paso del tiempo de los actos.

En las actuaciones, Sciamanna da vida a Heidegger con franqueza en sus matices vocales y soltura en la expresión corporal. Su gran logro consiste en la evolución del personaje desde la madurez hasta la vejez, lo que se aprecia en el arqueo de la espalda al principio y el progresivo encorvamiento al final. Mariaca Semprún interpreta a Arendt. Al inicio, ofrece una búsqueda de la verdad en la voz, sin embargo debe controlar los gestos porque parecen más de una mujer contemporánea que de una joven de los años 20 del siglo pasado; tanto en las poses que adopta de pie como en la forma de reaccionar con palmadas en las piernas cuando transmite el enfado. Pese a esto, logra equilibrar ambos aspectos en el cuarto acto cuando es inevitable la separación de los dos amantes, su mejor momento en intensidad y veracidad. No obstante, en el acto final, se percibe forzada como una Arendt de más edad, especialmente en su manejo vocal.

Para finalizar, considero necesario reflexionar en torno a la idea expresada por Heidegger que desestima las atrocidades cometidas por los seguidores de Hitler si éstas son realizadas para alcanzar un “bien mayor”. ¿Es tan fácil hacerse el ciego frente al desmoronamiento de un país?

Función: 26 de Febrero de 2011

Vacas esquizofrénicas

En la sala experimental del CELARG, el Teatro del Contrajuego presentó el trabajo: Hay que tirar las vacas por el barranco, una experiencia de “teatro testimonial” a partir del libro Las voces en el laberinto: historias reales sobre la esquizofrenia del catalán Ricard Ruiz Garzón. Cuatro directores guían a igual número de actores para estremecer al público con una especie de conferencia donde los límites entre realidad y ficción casi se diluyen. Esto sucede porque la propuesta incluye la participación de dos de los directores como presentadores de cada personaje como si en verdad se asistiera a un auditorio donde dos enfermos y dos parientes presentan su relación con la esquizofrenia a un panel de especialistas. De la misma manera, el hecho que se mantenga encendida la luz de sala y la presencia de los directores - presentadores y de los otros actores - personajes en los laterales mientras uno de estos últimos se dirige a los asistentes, sirve para restringir la ilusión teatral y ofrecer más verosimilitud. También, esto ocurre gracias a las comprometidas actuaciones del elenco.

Los testimonios presentados son de una madre cuyo hijo se suicidó, una joven que cuenta sus problemas como si fueran una historia de princesas, una mujer afectada porque su esposo y su hermano están enfermos, y un científico que logró manejar su trastorno. Diana Volpe, Magaly Serrano, Haydee Faverola y Ricardo Nortier representan estos personajes, respectivamente. El mayor reto de la actuación es superado debido a que cada uno de ellos debe permanecer en un solo sitio mientras ofrece su testimonio frente a un micrófono. Es así como la voz, las expresiones faciales y el uso de las manos se convierten en el vehículo actoral. Hay que resaltar la forma como Volpe maneja las intenciones; la gama de entonaciones vocales de Serrano y su capacidad de conmovernos con el llanto; la angustia que Faverola refleja en sus manos y movimientos repetitivos; y la intensidad que invade poco a poco el cuerpo de Nortier.

Por otro lado, en necesario destacar la sabia orientación y acoplada labor que de seguro llevaron a cabo los directores: Orlando Arocha con Volpe, Juan José Martín con Serrano y Julio Bouley con Faverola, junto a Nortier que prefirió auto dirigirse sin que ello restara a la obra. Con una propuesta como esta queda demostrado que con pocos recursos y claridad estética se puede hacer buen teatro. Como bien dice el programa de mano, pacientes y parientes son víctimas por igual de la enfermedad y, con el montaje teatral, el público podría ver sus miedos y angustias al vincularse con esta situación en “el espacio de lo humano.”

Función: 17 de Febrero de 2011